Hay veces que sólo hace falta reírse
un poquito, aunque sea de uno mismo. Hay días en que uno lo ve todo
negro y de repente los nubarrones se deshacen sólo por echarse una
buena carcajada.
El otro día me pasó una cosa
inusual, inusual porque, por aquí, por el norte, no somos muy dados a
entablar conversación con un desconocido cualquiera, será que el
hecho de tener todo el día el nubarrón encima, en el cielo, nos lo
coloca encima de la cabeza también, al menos yo así me siento.
El caso es que el otro día iba en el
autobús y de repente la chica que iba a mi lado se empezó a reír,
ella sola. La miré, claro. El autobús había parado delante de un
hotel donde un concurrido grupo de jugadores de rugby se apelotonaba
a la puerta, estaban de espaldas a nosotros. La chica que no paraba de reír me dice: “He visto a un grupo de rugby y he
pensado voy a alegrarme la vista con estos fornidos chavalillos” Pero resulta que el grupo de "chavalillos" estaba ya entradito en años y lo que
debería haber sido un desfile ante nuestros ojos de músculos bien definidos se
transformó en un concurso de barrigas cerveceras. Que oye, seguían
de buen ver, pero claro no es lo mismo y para nada era al parecer lo que se había cruzado por la mente de mi compañera de bus.
El caso es que su risa contagió la
mía y allí estábamos dos desconocidas riéndonos como locas por una tontería cualquiera. Y cuando ya se nos pasó el ataque de risa ella va y me dice: “Es justo lo que necesitaba hoy, unas buenas risas”. Y las nubes se abrieron.
El resto del trayecto lo pasamos
hablando: de lo bonita que es nuestra ciudad, del lujo que es vivir
en ella y poder disfrutar de su paisaje todos los días, algo que
todos los que vienen de fuera aprecian pero que, a los que vivimos
aquí, de vez en cuando se nos olvida. Cuando la chica se bajó en su parada y
se despidió de mi con una flamante sonrisa pensé que,
efectivamente, hace falta muy poco para que un día que ha comenzado
como una mierda se transforme en algo bien distinto.
Y me vino a la mente
otra anécdota vivida hace ya muuuuuuchos años con mi madre, que en paz
descanse: Un día nos acercamos a los aledaños de un monte y vimos
un grupo de montañeros que portaban una especie de palos de esquí
en las manos. Nosotros, en nuestra absoluta incultura e ignorancia, lo tomamos
por eso, por palos de esquí y nos pareció una absoluta
incongruencia y súper divertido que esos montañeros llevaran
palos de esquí cuando no había nieve en muchísimos kilómetros a la redonda. Y empezamos a descojonarnos, como idiotas, como nunca,
hasta dolernos la tripa. Y cuando vino un entendido a explicarnos
para que servían esos palos de esquí y dejarnos en el más absoluto
de los ridículos, aún nos reímos más, de nosotros mismos, de
nuestra ignorancia.
Aún recuerdo de vez en cuando esa anécdota, e
invariablemente me saca una sonrisa. Una absoluta tontería se ha
convertido en uno de mis recuerdos más divertidos y que con más
cariño atesoro. Porque reírse esta bien y reírse de uno mismo es aún mucho mejor. Porque no somos perfectos, no podemos saberlo todo, y eso
está bien.
La vida con humor es más vida, aunque los nubarrones
nos acechen ¿te ríes conmigo?
Yo me uno y me río contigo y de mí, a mí muchas veces se me olvida, menos mal que teniendo niños cerca las risas son casi a diario.
ResponderEliminarEs verdad Lou, con niños alrededor es fácil reirse :)
Eliminar¡Con lo sano que es reír! 😜 deberíamos esforzarnos por hacerlo a diario y varias veces! ❤️
ResponderEliminarSanísimo Edurne, pero conforme nos vamos haciendo mayores se nos olvida
Eliminarja,ja claro que si!!! es lo mejor, por lo menos reirnos un par de veces al día, pero carcajadas!!!besos
ResponderEliminarHasta que duela la tripa Beby! que bien sienta eso!
EliminarGracias por despejar mis nubarrones. ;)
ResponderEliminarOoooh! gracias a ti!!! me alegro de que le haya servido a alguien :)
EliminarUn abrazo fuerte Elena!